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lunes, 3 de febrero de 2014

Marcy (132)


–¡Mami! ¡Mami! ¡Mami! –el griterío la obligó a calmar los ánimos de los pequeños. Era una llamada del padre y acababan de coger el teléfono en aquel instante.
–Papi va a venir la semana que viene, ¡yupi! –anunció Manu.
–¡Mami!, ¡mami! –reclamó Pablo–, dice que vamos a cenar todos juntos cuando venga. ¡Qué chachi!, ¿a que estás contenta?
–Sí, mucho.
Los niños alborotaban, locos de contento por ver de nuevo a su padre, algo a lo que Marcy no terminaba de acostumbrarse.
Se había quedado algo desconcertada por la convocatoria, pero ya era un hecho aquella tan anunciada cena. Los críos se turnaron al teléfono varias veces, hasta que Manu le tendió el aparato.
–Papi quiere que te pongas.
Hacía un tiempo que procuraba cruzar apenas dos palabras con él al teléfono.
–¿Marcy? ¡Hola! Estoy llamando a la gente para el sábado a las ocho de la tarde en el restaurante de Pancho. Cuento contigo, ¿sabes? Iremos todos, con los niños en plan familiar, también llamé a García.
–Sí, sí, veré si lo puedo arreglar –respondió indecisa.
Colgó el teléfono y quedó un rato pensativa, no había considerado que fuera en serio aquella propuesta. Los tres antiguos socios de nuevo juntos, y en aquellas circunstancias.
Hacía mucho tiempo que no celebraban una de aquellas cenas tan habituales en otros tiempos.
Al día siguiente, con aquella disculpa, llamó desde su despacho a García, a su oficina de la compañía, también a él le había llamado Manele para invitarle. Marcy sabía hasta qué punto la situación podía ser incómoda para el contable.
Le pidió comer con él en el restaurante del Zeol Center a la hora de salida del trabajo, que tenía algo que decirle.
Llevó a cabo su tarea, con su habitual concentración, y al acercarse la hora se marchó, con antelación, para llegar puntual a su cita. Justo cuando salía por la puerta giratoria del Trass Building se tropezó con el gerente, que la saludó con talante sombrío, poco habitual en él. “¡Mierda!, me ha pillado, ¡para una vez que lo hago!”.
Atravesó las pocas manzanas que separaban ambos edificios y entró en la mole del Zeol en dirección al restaurante que se encontraba en la planta baja. García hablaba con unos compañeros, pero en cuanto la vio le hizo una seña y se sentaron en una mesa del fondo.








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