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lunes, 18 de mayo de 2015

Marcy (199)


Nunca le había parecido la finca de sus antiguos suegros tan bonita, ni el enclave donde estaba situada tan espléndido, ni las vides retorcidas que allí se criaban tan hermosas. Había decidido entrar, como Manele le había propuesto, como socia de la bodega, pero ahora traía además el ofrecimiento de otro nuevo socio, Raúl.
Eso si se daban las condiciones adecuadas.
Habían ido con los niños, para que pasaran allí el fin de semana disfrutando del aire libre.
Lo miró con detenimiento, el conductor giró la cabeza hacia ella durante unos instantes. Cada vez que él le pasaba por encima sus ojos verdes sentía como una caricia de terciopelo en toda su piel.
–A ver….no te lo vayas a creer demasiado, pero…–dijo ella en voz baja–, no hay otro como tú en este mundo.
Marcy sonrió y sintió en aquel momento una rara felicidad, un renacer que no vivía desde la muerte de su padre. Sintió incluso un hambre voraz, como unas ganas locas de comerse un bocata enorme en un bar de carretera. Raúl accedió a parar en el primero que encontraron.
Los niños, que estaban en los asientos traseros, viendo una película, embobados, prefirieron quedar dentro del vehículo.
Nunca le supo nada tan rico como aquel bocadillo.
–Ya te dije que no te lo vayas a creer, ¿ah?
–Eso me dicen todas –dijo, esbozando una sonrisa seductora.
Se habían equipado ellos y los niños con ropa sencilla, de algodón, apropiada para el campo y se habían abrigado con gruesos jerseys de lana.
Marcy se encontraba como si le hubieran sacado veinte años de encima.
Terminaron el refrigerio y volvieron al vehículo.

Ella pensó que la broma, en el fondo, era bien cierta. Que el hombre sentado a su lado era extraordinario. O quizá era el producto del peligroso enamoramiento de los cuarenta años. No le importó en absoluto.

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