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martes, 1 de enero de 2013

Marcy (75)



A la salida del Casino les esperaba una limusina tan grande como un tráiler, blanca, con los cristales tintados.
–¿Se puede saber dónde vamos con esto?
–Nos damos una vuelta por la ciudad y luego la dejo en su casa.
Subieron a la parte trasera y Román dio indicaciones al conductor a través de un interfono.
El auto estaba bien surtido de todos los caprichos que a uno le pueden apetecer cuando anda por ahí a deshoras, bebidas alcohólicas y no alcohólicas en una nevera dorada, canapés variados, snacks, bombones y caramelos. Estaba equipada con la última tecnología en imagen y sonido.
Román preparó una copa refrescante, con poco alcohol, para cada uno y le ofreció a Marcy unos bombones con formas de peces, bicolores, tan bonitos que daba pena comérselos.
Sobre una mesilla vio unas bandejas pequeñas relucientes. “Será para tomar la sustancia”.
Quedó impresionada del despliegue de recursos del arquitecto.
Estuvieron un rato absortos, escuchando música lírica romántica y mirando por las ventanillas las calles de Greda, ya casi desiertas, salvo las del centro, atestadas de gente merodeando por los alrededores de los locales nocturnos bajo los rascacielos.
Marcy no sabía de qué hablar.
–Veo que a su padre le va estupendo en los negocios.
–Buah!, mejor que bien. En Lederia es el puto amo.
A Marcy le llamó la atención aquella manera de hablar poco usual en Román.
Él cogió una bandeja de aquellas y depositó en ella el contenido de una bolsita de plástico que sacó de su americana. Con una tarjeta de crédito hizo una línea y la aspiró.
–¿Quiere un poco?
Ella negó con la cabeza.
–Creo que por hoy ya voy bien, gracias. Su padre, ¿también está metido en la merca?
El otro la miró como asombrado.
–No, no, nada de eso… Le tiene un odio feroz. Su bufete de abogados defiende a algunos que están en ello y de vez en cuando pillo algo..., siempre tienen, gratis, de la mejor.
Él se dejó caer de su asiento, sobre una alfombra de piel natural, de pelo largo.
–Él en lo que está metido es en el mundo de los coches de lujo, como éste, en el juego y en las mujeres. Pero no obliga a nadie a hacer lo que no quiere, todo en libertad. Él es un gentleman.
La cogió de la mano y la hizo caer a su lado. Ella notó el suave cosquilleo de la alfombra tan intenso y tan amplificado como si un batallón de masajistas estuviera actuando en su piel. Una gozada.
Vio que él abría un armario pequeño donde había un sinfín de juguetes eróticos de colores brillantes. Cogió uno y se puso a ella en la mano.
–¿Qué le parece si lo probamos?

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