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martes, 18 de octubre de 2011

Marcy (2)

 2


Los niños no se habían enterado de nada. Cuando llegaba el padre ya solían estar durmiendo en su habitación. Pablo y Manu se hubieran asustado mucho de haber oído a su padre vociferar.
–Mamá, ¿estás contenta? –dijo el mayor al día siguiente, mientras desayunaban.
Tenía la costumbre de hacerle aquella engorrosa pregunta.
Marcy disimuló su malestar. Se había colocado una capa excesiva de maquillaje para camuflar la cara mustia, a causa del disgusto, con la que se había levantado.
–Muy contenta, hijo, pero apresuraros, si no llegaremos tarde al colegio.
Mazello era una localidad lo bastante grande como para tener escuelas, una buena biblioteca, iglesia parroquial y ayuntamiento. En éste se habían casado hacía ya diez años, cuando Marcy y Manele contaban veintinueve.
Él había preferido comprar la vivienda en este pueblo, cercano a la ciudad de Greda, una gran población situada en la falda de los Montes del Norte. Los pisos eran más económicos y la vida más tranquila, aunque Marcy temía el aislamiento de los lugares pequeños, acostumbrada como estaba al ajetreo de Greda, la gran ciudad, donde había residido hasta entonces.
Después de dejar a los niños a la puerta del colegio, encaminó su vehículo al centro comercial y lo aparcó, dispuesta a hacer los recados de costumbre. Entró sin titubeos en la gran superficie brillante y dirigió sus pasos, como una autómata, al mismo lugar de cada día.
Llevaba el monedero preparado sabiendo lo que iba a ocurrir, muy a pesar suyo.
Oyó la cantinela de la maquinita en el bar del fondo que reclamaba su atención, atrayéndola sus luces como un imán.
Hoy voy a tener suerte”. Deslizó por la ranura una moneda tras otra.
–¿Puede darme cambio?
El camarero atendió su petición, y otras diez monedas desaparecieron sin obtener resultado. Tendría problemas para adquirir en el súper todo lo necesario.
Una vez hubo comprado lo más elemental para la comida del día, se dio una vuelta por la zona de tiendas de ropa y complementos.
Tenía que volver a atraer a Manele como fuera. Los embarazos habían dejado unos kilos de más en su cuerpo y, cuando él hablaba de sus compañeras de trabajo, a las que describía como jóvenes atractivas, seguras de sí mismas, no podía evitar una punzada de celos.
Habían decidido, al tener los niños, que ella no trabajara, a pesar de haberse licenciado en Dirección de Empresas, y su vida, como ama de casa, empezaba a parecerle algo insulsa en comparación a la de las colegas de su esposo.
Compró finísima ropa interior y un pequeño vestido negro con escote de vértigo, para completar el modelo también adquirió unos zapatos de tacón de aguja. Acudió después a la peluquería donde se dejó hacer un buen cambio, a base de mechas rojas, sobre su cabello negro largo y ondulado. Regresó a casa, apresurada, para poder cocinar la cena y tener tiempo para arreglarse al detalle.
Manele saldría de viaje el jueves siguiente, y quería sorprenderle y que se fuera con buen sabor de boca.

Emy Barraca

ES FICCION TODO PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA

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