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lunes, 10 de octubre de 2011

Marcy

I



Desde hacía un tiempo, Marcy tenía la vaga sensación de que algo se había atravesado en su vida y no encontraba la manera de sortearlo.
Había pasado el tiempo, un día con otro, procurando convencerse de que su existencia era tan normal como la de otra cualquiera, pero, de vez en cuando, mientras limpiaba la casa o hacía la comida, no podía evitar aquella aprensión, sobretodo cuando estaba a solas.
Ya se había graduado, se había casado y había tenido sus hijos, ya se había instalado en la vida de una vez, pero no podía sacarse de encima la sensación de que, la suya, era una vida malograda. Prefería no pensarlo. Y si le sobrevenía alguna cavilación mientras repasaba el polvo de los muebles, y le saltaban las lágrimas, se pasaba el trapo sucio por la cara, para secarlas, y a otra cosa.
Su madre ya le había advertido, desde niña, que la vida no era de color de rosa.
Marcy trasteaba en la cocina cuando oyó ruido de llaves en la puerta. En seguida se dio cuenta de que, otro día más, Manele había vuelto a casa enfadado. Cada día había un nuevo motivo para él, las presiones de su empleo, un pequeño accidente con el coche, el mal tiempo o el calor.
Ella estaba alerta a la más mínima señal de advertencia, si hacía más ruido del debido, si protestaba por lo bajo, es que iba a montar bulla.
Marcy ya había cenado con los niños. Él consumió su plato con rapidez y pronto comenzó la discusión, por el café demasiado caliente que Marcy le sirvió después de la cena.
–Esto no hay quién lo tome, ¿cómo hay que decirte que no me gusta tan caliente?
Marcy corrió al fregadero y cambió la bebida de vaso varias veces, alguna gota de líquido resbaló hacia el platillo del café.  Cuando volvió a servir a su marido, Manele tomó un sorbo y una gota, pendiente de la tacita, cayó sobre su corbata.
–¡Lo que faltaba, justo lo que necesito mañana para salir de viaje! Eres una inútil, siempre te lo digo ¡No vales para nada!
Ella cogió a toda prisa un trapo, que humedeció, para quitarle la mancha.
–Déjalo, habrá que llevarlo a limpiar a la tintorería, por si teníamos pocos gastos este mes. No hacéis otra cosa que gastar y gastar, tú y tus hijos.
Cuando estaba de buenas los hijos eran de los dos. Pero él llevaba razón, estaba gastando demasiado. Tenía que hacerle frente y distraerle del asunto del dinero.
–Perdona, no sé lo que me pasa, estoy algo nerviosa por tu viaje…
Ella vaciló un segundó y después subió el tono de voz.
–Pero si hablamos de inútiles, ¡cuidado!, lo habré aprendido de ti, digo yo.
Se arrepintió de lo que había dicho de inmediato, casi a la vez que salía de sus labios.
–No sé qué me ocurre, aún no te has ido y ya te estoy echando de menos.
–Sí, como la última vez que llamé por teléfono desde Lederia, y me dijo tu madre que habías salido a golfear.
Lederia era la capital del Estado y un importante centro financiero, destino frecuente de ejecutivos de primera fila.
Marcy tuvo miedo, pánico a que comenzara un nuevo episodio de discusión. Manele perdía los papeles con facilidad, era celoso y posesivo, como pensaba ella que eran los maridos que amaban mucho a sus mujeres.
Cada llamada suya tenía que ser contestada para poder controlarla a cada momento. De no ser así qué pensarían los vecinos, decía él, que iba por ahí, libre como el aire, dispuesta para la conquista.
Cada capricho suyo tenía que ser atendido al instante.
El ambiente se caldeó cuando Manele arrojó el café sobre la mesa de un manotazo.
–¡Ala! Vete a fregar y luego lavas el mantel, que no sirves para otra cosa.
Mientras se levantaba, cogió un extremo de la tela con tal fuerza, que el servicio de café salió volando, yendo a caer, con el resto de su contenido, en la alfombra.
Se levantó de la mesa y pisó con rabia las manchas del suelo como queriendo hacerlas desaparecer.
–No te preocupes, no se notará nada de lo sucia que está, tienes la casa como una pocilga, ¡asquerosa!
Encendió un cigarrillo y aspiró con fuerza la primera bocanada de humo, estaba rojo de ira, de sus ojos negros saltaban chispas, mientras rebuscaba en el bolsillo derecho de su pantalón. Estaba vacío. Ya se estaba acalorando, mesándose los cabellos, gesticulando, con ganas de discutir.
–¿Me has quitado el billete que tenía en este bolsillo?
–Me hizo falta para la compra y te lo cogí, pero iba a decírtelo ahora.
Marcy ya sabía que, como en otras ocasiones, las reclamaciones y los insultos podían derivar a cosas peores. Se fue a su dormitorio y, poco después de cerrar y asegurar la puerta, oyó el portazo de Manele. Esa noche no volvería a casa.
Al menos se había librado por esa vez.


(Continuará...)

RELATO DE FICCIÓN.TODO PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA

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