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jueves, 27 de octubre de 2011

Marcy (5)




El tema de los hombres era recurrente entre las amigas.
Rara era la ocasión en que se reunían que no salía a relucir algún problema con ellos. Todas conocían bien a las respectivas parejas que, un tiempo atrás, también habían compartido trabajo y amistad. Después, los matrimonios dejaron de frecuentarse. Sólo se daban encuentros casuales en el centro comercial o por las calles de Mazello. Encuentros que Manele remachaba, cuando se encontraban con Isabel, con: “Esa amiga tuya está muy buena”, y cosas por el estilo, que se le clavaban a Marcy, como una saeta, en medio del corazón.
Isabel mantenía ya una larga convivencia con su pareja, un maduro bello y exitoso, y se tenía por contenta con ser mantenida, no tenía hijos, ni pensaba tenerlos, se pagaba buena ropa y sesiones de belleza y peluquería.
Nada que ver con el gordo oficinista esposo de Laura, la antítesis de la seducción, pero un marido sumiso, seguro, al fín y al cabo.
Por su parte procuraba hablar poco de su vida íntima, y si lo hacía explicaba corto y por encima, haciéndoles ver una existencia rutinaria y medio aburrida.
Nunca se hubiera atrevido a contarles su secreto.
A confesarles lo que estaba pasando, que por su culpa, por no ser lo bastante guapa, o lo bastante lista, no había logrado mantener enamorado a su marido con el paso de los años. Hubiera sido una humillación insoportable.
 No siempre fue así, vivimos una luna de miel de ensueño”. Pero habían llegado pronto las decepciones a su matrimonio.
Estaba abstraída, pensativa.
–Pero Marcy, ¡qué despistada estás!, dime lo que estás pensando, please.
–Nada, Isa, nada…, pensaba en lo del abrigo.
–Que sí, que sí, chica, hoy te lo vas a comprar.
Después de apurar sus cafés, Isabel les propuso dar una vuelta por la ciudad para visitar las tiendas más exclusivas en busca del abrigo.
A pesar de la resistencia de Laura, las tres tomaron un taxi con dirección al centro de Greda.
La ciudad, cercana al millón de habitantes, lucía espectacular aquella mañana, con el grupo de rascacielos del centro financiero, recortados en el azur, rodeados por manzanas de edificios de bella arquitectura y, más al exterior, los barrios modernos que crecían en dirección a las pequeñas poblaciones rurales, cuyas casitas se dispersaban aquí y allá como si hubieran sido depositadas al azar desde el cielo.
Mazello era una de aquellas localidades de extrarradio donde, a su configuración original de antiguas viviendas campesinas, se habían ido añadiendo urbanizaciones de edificios residenciales y chaléts de nueva construcción para las familias jóvenes que huían del bullicio y los altos precios de la urbe.
Se había convertido en el área de mayor expansión de la ciudad de Greda.
El vehículo enfiló a buena velocidad una de las grandes avenidas de acceso a la ciudad hacia la zona del Boulevard, donde se hallaban las tiendas de moda más exclusivas.
Entraron en una peletería, cuya dueña era conocida de Isabel y revisaron todos los modelos.
Sobre el mostrador yacían pequeños objetos de escritorio, de diseño, de lujo, y la máquina de las tarjetas de crédito. En el interior de los muebles, de metal dorado y cristal, descansaban los complementos, resguardados de la codicia de las clientas.
Sonaba una música de piano jazz.
Se quedó como hipnotizada, mirando aquellos artículos tan exclusivos.
–¡Toma ya! Vaya preciosidad… –Laura le mostró un abrigo de visón rasurado color canela que se ceñía con un cinturón.
Lo había cogido de un perchero grande, niquelado, con ruedas, repleto de abrigos de piel de pelo.
Marcy desplegó la prenda, se la puso encima y se ajustó el cinto. Notó que despredía un perfume magnífico. Las amigas la contemplaron embelesadas.
–Chica, llévatelo, ¡Atrévete de una vez! Hace tiempo que lo querías –dijo Isabel.
Laura se mantuvo neutral, el precio del abrigo era de vértigo.
Marcy pensó, por un momento, en impresionar a Manele, con el abrigo por encima de una impresionante lencería de color blanco. Un arma de seducción garantizada.
Quizá le dieran facilidades para pagarlo.  
Un poco después, salían las tres del establecimiento, portando Marcy una enorme bolsa con su compra, hablando, animada, de lo bien que le sentaba.
Estaban tan alegres como colegialas viniendo de hacer una inocente travesura.

ES FICCION TODO PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA

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