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martes, 25 de octubre de 2011

Marcy (4)


Cuando se despertó por la mañana, él ya se había ido. En cuanto abrió los ojos le vino a la cabeza la noche de amor que acababa de pasar, y sintió un pico de paz y bienestar que la lanzó fuera de la cama cargada de energía.
Después de algunas tareas rutinarias de la casa y acercar a los niños al colegio, Marcy se reunió con sus amigas en el Café de la Esquina. El jueves era el día que tenían señalado para verse y compartir un buen rato de charla y confidencias.
Le apetecía mucho llegar y reconfortarse del frio con un café bien cargado, con crema y ralladura de chocolate por encima, la especialidad del local.
Había sido una coincidencia encontrarse en el pueblo con aquellas dos chicas, con las que había cursado la escuela secundaria en el instituto de Greda y que habían sido sus amigas íntimas en aquella época.
En Mazello, habían retomado su relación, después de muchos años sin verse, una amistad que acabó conduciendo a que sus respectivas parejas terminaran trabajando juntos, durante un tiempo, en la misma compañía, la multinacional Duxa Limited, y llegaran a montar su propio negocio en común.
A pesar de que la suya era una amistad de altibajos.
Entre Laura e Isabel existía un antagonismo añejo, desde la infancia, que se había acrecentado a raíz de los éxitos de Isabel con los chicos, en la época de secundaria. Marcy era, por entonces, el paño de lágrimas, la mediadora, la que sostenía un difícil equilibrio.
Pero hicieron buenas migas las tres.
Cuando se reencontraron rondaban la frontera de los cuarenta años.
Nada más llegar divisó a Laura, que ya había pedido su café, y se sentó a su lado. Laura no hablaba de otra cosa que de sus hijas. “Una remadre histérica”. Le colocó las últimas aventuras de las niñas como si fueran noticias de primera plana.
–Laura, ¡venga ya!, tus nenas son estupendas, deberías de ser más egoísta y cuidar más de ti misma. Cómprate ropa moderna y atrevida…, si nos descuidamos, en seguida vamos a parecer unas viejas.
Laura vestía de manera muy sencilla, de gran almacén, y Marcy entendía aquella falta de vanidad como el mayor defecto de una mujer.
No era éste el caso de Isabel que, mientras las dos hablaban de las chiquillas, hizo una aparición imponente en la cafetería. Primera hora de la mañana y ya lucía como una modelo: pantalón y chaqueta ajustada, marcando su excelente figura, un discreto y efectivo maquillaje, botas altas con el bajo del pantalón metido por dentro, bolso a juego y la melena rubia, planchada a la perfección.
Las cabezas se giraron a su paso mientras avanzó con seguridad hasta la mesa de sus amigas. Llegó envuelta en una nube de perfume caro, de los que dejan estela.
–Hoy vienes con un estilazo de infarto -le dijo Marcy cuando la otra tomó asiento a su lado.
Isabel fue desprendiéndose con elegancia de la bufanda y de los guantes de piel, y los dejó caer sobre la mesa con parsimonia, deslizó una mano dentro del bolso, rebuscando un cigarrillo. Hasta el suave movimiento de sus dedos manejando el paquetito y su encendedor dorado, producían un halo de magnetismo. Era afortunada, pensó Marcy.
–¡Hola, chicas! ¿Cómo estamos? –interrogó la recién llegada.
Comenzaron a hablar de algunas banalidades, del tiempo, del precio de la cesta de la compra, tal y como solían hacer cuando se encontraban.
–Ha enfriado mucho –dijo Marcy–, voy a comprarme hoy mismo un abrigo, a lo mejor me lanzo y me levo uno de pieles.
–Eso mismo, ¡haces muy bien! Así se enseña a los hombres lo que una vale –dijo Isabel sentando cátedra.
Isabel era tremenda con su pareja, o al menos eso se deducía por su forma de hablar.
–Chicas, ya sabéis, a ellos hay que atarles corto, gastarles el dinero y darles algún susto, y algún capricho de vez en cuando, sin que se acostumbren. Es lo que funciona. Si eres una santa, te convierten en una desgraciada.
Isabel, siempre provocativa, disfrutaba escandalizando.
–Por favor, Isa, qué cosas dices, piensas igual que las abuelitas, ¿has oído hablar de la liberación de la mujer? –replicó Laura.
Era la única que, además del cuidado de su casa y sus hijas, trabajaba como administrativa en un centro social.
–¡Piensa lo que quieras, amiga! Y tú, Marcy, no le hagas caso, que esta chica va camino de que la canonicen.

Emy Barraca

ES FICCION TODO PARECIDO CON LA REALIDAD ES COINCIDENCIA

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