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martes, 10 de enero de 2012

Marcy (24)



El Zeol Center, el edificio más espectacular de la Milla de Oro de Greda, fue un alarde de la construcción en altura, veinte años atrás, y mantenía su hegemonía entre el grupo de rascacielos que se habían ido construyendo en su entorno.
Lejos de hacerle competencia, los nuevos colosos se rendían ante el maravilloso Zeol, el soberano de hormigón y acero, formado por tres enormes cilindros adosados, que se extinguían a diferentes alturas, el más alto de todos coronado por una linterna láser.
El mayor admirador del Zeol era el subdirector de la Duxa.
Marcy comprobó este extremo una noche en que Manele le invitó a cenar a casa, poco antes del traslado a Brexals.
El subdirector era de ese tipo de empleados que entran los primeros y salen los últimos del trabajo. Hiperactivo, consumido dentro de su traje holgado, llegó a las nueve de la noche, acelerado,  con el maletín de trabajo en la mano.
Los dos colegas cenaron solos. Marcy ya se había tomado un bocadillo y un café y se dedicó a atenderlos, tratando de ocultar y superar el disgusto al verlos, tan eufóricos, haciendo sus planes para la nueva Unidad Internacional.
Un flamante  universo en el que ella no tenía cabida.
Un universo que, para más escarnio, ya contaba con su propia princesa, que no era ella.
Se sintió el estropajo de la compañía, mientras ellos hablaban de sus cosas.
Estaban ya tomando el wiskie, mientras Marcy recogía la mesa. El subdirector hablaba en voz baja, como en secreto, entusiasmado.
–Tenemos que abrir negocio con bonos de alto riesgo, Manele, aquí no valen gilipolleces, vamos a arrasar.
–Sí, sí, ¡que leches!, el mercado está caliente, especulativo, tenemos que dar un buen golpe al principio –respondió Manele–,  ponemos a Sonia a controlar en la red, y listo.
–Pero tú…, no te compliques la vida, macho.
Marcy echó un vistazo, de reojo, al subdirector, mientras recogía las copas de vino vacías. Le pareció que miraba a Manele con picardía.
Me lo restriegan hasta en mi propia casa”. Y le entró tal coraje que dejó caer al suelo una de las copas, a propósito.
–Qué torpe que estás –dijo Manele sin prestar mayor atención al percance.
Cuando regresó, con el recogedor y la escoba, ya habían cambiado de tema.
Se habían sentado de nuevo a la mesa del comedor y tenían desplegado un plano.
El subdirector estaba dando explicaciones y Manele le escuchaba.
Marcy se sentó en el sofá y puso la tele con el volumen bajo.
–Sólo me da pena marcharme por tener que dejar este prodigio de la arquitectura.
–Un hombre enamorado de un rascacielos –dijo Manele con sorna.
–Míralo, macho, ¿no es precioso?, es como mi hijo. Román y yo lo dimos a luz, ¡qué tiempos aquellos!
El invitado empezó a describir el dibujo que tenía delante, los alzados, las secciones, la estructura. Conocía todas y cada una de las partes del edificio, los ascensores, los sistemas de seguridad.
–Cuando estoy aburrido, saco los planos y los repaso, para que no se me olvide nada, nunca. Éste es el secreto mejor guardado de Greda, alguno mataría por tenerlos –dijo el subdirector.
Llevaba incluso una lupa grande para revisar los detalles escritos en letra mínima.
–El director los tendrá también, ¿verdad? –preguntó Manele
–¡Cómo no!, y Román –respondió.
Comenzó a plegar el plano, con la habilidad de haberlo hecho infinidad de veces, conociendo el orden de todos los plegamientos del papel, hasta que quedó de un tamaño que entraba en su cartera. En la carátula llevaba el nombre del edificio en letras grandes, debajo el nombre del arquitecto, Román, y en la parte inferior su nombre, en letras más pequeñas, como propietario de ese plano. Lo metió en su maletín.
–Pero esto sí que no se lo perdono a Raúl.
Raúl era el nombre del director de la Duxa Limited.
–¿Cómo que no le perdonas? Si te ha ascendido –dijo Manele incrédulo.
–Eres un inocente, chaval.
Estaban sentados en las sillas de la mesa de comedor, de charla de sobremesa, fumando cigarrillos. Marcy seguía viendo la tele, pero escuchando también lo que hablaban.
El subdirector extendió los brazos sobre la mesa y palmeó la superficie, los cubitos de hielo tintinearon dentro de los vasos.
–Ése lo que quiere es librarse de mi…, y de ti también, macho.
–Estás volviéndote un viejo pulguillas –dijo Manele, bromista.
–Guárdate la guasa, chaval, que yo al Raulito me lo conozco, sabe cómo zafarse de los que pueden hacerle sombra.
No problem. Vamos a tener un exitazo. Si es como tú dices, va a salirle el tiro por la culata. ¡Fíjate lo que te digo!
No demoraron mucho más la conversación, apuraron la copa, y Manele se ofreció a acompañar a su colega al portal del edificio, para que tomara un taxi.
–¡Hasta luego, Marcy! Muy buena la cena.

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