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jueves, 22 de diciembre de 2011

Marcy (21)





El día de Año Nuevo lo pasaban, por costumbre, con los padres de él, propietarios de uno de los más selectos viñedos de La Vitia.
En aquella propiedad, las fiestas no tenían mucho que ver con las de casa de sus padres, en Greda.
La comida de Año Nuevo en la finca era una fecha muy señalada.
A su suegra le gustaba hacer ostentación, y aquel año en concreto, tiró la casa por la ventana. Sacó su mejor vajilla y su mejor cristalería de la vitrina del comedor, un mueble de madera labrada, de color oscuro. La doncella y la cocinera dispusieron la gran mesa hasta el menor detalle.
Solían invitar a aquella comida a familiares e incluso a algunos empleados seleccionados, que eran, según su suegra, “como de la familia”, lo repetía así, a cada poco, remarcando la diferencia.
Los propietarios de la finca se colocaron en los extremos, y a ambos lados de la dueña de la casa, escoltándola, se sentaron su hijo y su nuera. Los niños comían en la cocina, con las empleadas, para que no dieran guerra.
La cocinera trajo un pavo asado relleno, criado en la finca, en una fuente blanca, enorme, rodeado de verduras y patatas redondas pequeñas, y lo trinchó con pericia.
Se sirvió un vino gran reserva.
–A mi hijo, ponle la pechuga –indicó la jefa.
Josefa repartió el asado entre todos los comensales. Después vinieron la tarta de almendra y los dulces navideños, en bandeja dorada.
–¿Estaba todo bueno, señorita? –preguntó la cocinera a Marcy, cuando pasó a recoger los platos sucios.
Su suegra, que oyó la pregunta, anticipó la respuesta.
–Estaba todo muy bien Josefa, retírate.
La dueña de la casa, a los postres, de pie, brindó más orgullosa que nunca.
–Por mi hijo, que acaba de ser ascendido a director internacional –dijo, colmada de vanidad.
Era la versión que ella había entendido, y Manele no se la corrigió. Su marido, al otro extremo, levantó su copa, complaciente.
Pero Marcy sabía bien que había algo de teatro en aquella fiesta, y que a su suegra, una madre dominante, no le hacía gracia que su hijo rompiera, aun más, los lazos con el negocio familiar.
Siempre había sido su mayor ambición que Manele se metiera de lleno a dirigir la bodega, quizá con otra mujer que no fuera Marcy, y poderse apartar ella de todo aquel jaleo.

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