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jueves, 1 de diciembre de 2011

Marcy (15)




Estaban en los postres cuando el director general se puso en pie e hizo sonar su copa como si se tratara de una campanilla, tañéndola con el filo de un cuchillo.
–Damas y caballeros… ¡atención, por favor! Tengo el gusto de comunicarles el nuevo Plan de Expansión Internacional de la compañía Duxa Limited.
El subdirector, los doce adjuntos y sus acompañantes, permanecieron en un expectante silencio.
–Con fecha dos de enero del próximo año 2006, tres de nuestros ejecutivos van a ser destinados a la nueva Unidad Internacional, en la ciudad de Brexals.
Los ojos de los asistentes se cruzaban entre sí, interrogantes. Salteando la fila de cabezas, Marcy observó que Manele permanecía tranquilo, como si conociera el resultado por anticipado.
–Los empleados que formarán parte de la unidad de Brexals serán: la señorita Sonia, nuestro primer ejecutivo, Manuel, y el subdirector de la compañía –el director miró a cada uno de ellos, según les iba mencionando.
Marcy oyó incrédula el nombre de su esposo. “Nada menos que en Brexals, a dos mil kilómetros de aquí, al otro extremo del continente”. Aquello no era posible.
Sabía que el subdirector era un solterón de toda la vida y que sus padres acababan de fallecer, no dejaba nada atrás; y Sonia era extranjera, de un país nórdico, vivía sola, le daba igual estar en un sitio que en otro. Pero Manele tendría que dejar a su familia.
Los tres mencionados se pusieron en pie exclamando gratitudes hacia su jefe, pero fue el subdirector el que se lanzó a un breve discurso.
–Estaremos encantados de servir a la compañía donde se nos requiera, Raúl, resumo así el sentir general de todos mis compañeros y el mío propio. No te defraudaremos.
Marcy quedó aturdida para el resto de la noche, petrificada.
Finalizada la cena, pasaron a tomar una última copa en un local cercano. Después, ya en la calle, los elegidos recibieron los más o menos sinceros parabienes del resto de los empleados y cónyuges, en despedidas interminables.
Las señoras la felicitaban también a ella, y le pareció ver en sus rostros una deliberada malignidad, como si le estuvieran diciendo que le estaban levantando el marido en sus mismas narices, como si disfrutaran con su dolor.
Estoy volviéndome paranoica”. Se vio en el centro de un aquelarre.
Aquella improvisada reunión en corrillo, en medio de la fría noche, cuando la ciudad estaba desierta, sólo iluminada por hileras de siniestras farolas, quedó en su memoria como la estampa de la desolación.
De vuelta a su domicilio, Marcy hizo un gran esfuerzo para contener las súplicas que se agolpaban en sus labios. Rogarle que no se fuera, que no podría vivir sin él, que solicitara un traslado o que cambiara de empleo, pero que no la dejara. Lo pensó, pero sabía que no serviría de nada, los ruegos y las lágrimas no harían más efecto que empeorar las cosas.
Cuando se acostó en la cama, a su lado, se mantuvo rígida, como una tabla, para que él no se diera cuenta de su desesperación, hasta que se rindió al sueño.

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