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martes, 15 de noviembre de 2011

Marcy (10)




Atender a sus hijos a la hora de acostarse, dirigir sus preparativos rituales, besarlos y achucharlos una vez que estaban tumbados en sus literas y darles las buenas noches, era de lo que más le satisfacía en la vida.
–¡Mami, no te preocupes de nada, cuando sea mayor te defenderé de los malvados!
Pablo recitó aquello con una gracia y una inocencia que sobrecogía.
Comenzaron a jugar con dos espaditas de plástico a caballeros medievales. Pero Marcy no estaba con ánimo de tolerar su algarabía y los mandó a dormir. Fue acallando sus protestas, con poca paciencia, apagó la luz y esperó a oír sus respiraciones acompasarse, anunciando el sueño.
Cenó un leve refrigerio y encendió el televisor de su cuarto, sin poder distraerse de sus confusos pensamientos, de sus dudas más negras; aquella voz femenina se había grabado en su cerebro, se había instalado en su corazón como una losa.
Otra vez, en una americana de él, había encontrado el ticket de un perfume caro, que no era para ella. Y así, más veces.
Había otra, no quiso engañarse más, sin ninguna duda, hacía tiempo que lo sospechaba. Siempre había otra.
Manele la acusaba de celosa y llevaba razón. No soportaba las miradas que le lanzaban las compañeras de la facultad cuando eran novios y paseaban cogidos de la mano y, aún peor, cuando en las primeras visitas a la propiedad vinícola de sus suegros conoció a la vecinita que bebía los vientos por él; tan bella y tan femenina que no parecía una mujer de campo, luciendo tipazo y modelito y que aparecía por allí, haciéndose la encontradiza, en cuanto ponían el pie en la finca.
Marcy reconocía algo enfermizo en su manía de celos.
Recordó las palabras de su madre: “Por la noche siempre se ve todo peor de lo que es”.  
Estaba exagerando, no había nada que temer. Cuando él iba de viaje se figuraba que otras mujeres podían rondarle, pero él era un hombre de familia, a pesar de ser tan atractivo, ¿por qué iba a serle infiel y poner en peligro su hogar?, él era demasiado inteligente para involucrarse en problemas…
Lo admiraba tanto que siempre le encontraba una justificación.
Ya que no conciliaba el sueño, se levantó de la cama y sacó el contenido de la bolsa que había dejado, al llegar, abandonada en la entrada. Recogió su cabello en un moño alto y se divirtió probando su ropa más sexy, con el nuevo abrigo encima. Complementaría el atuendo con unas botas y unas discretas joyas de diseño que había adquirido hacía poco.
Se encontró poderosa, segura de su feminidad.
Si se mantenía fuerte, nada ni nadie podrían con el amor que se profesaban.
Descolgó el teléfono, buscó la tecla de ultima llamada y, de manera instintiva, la pulsó. Sólo era la una de la madrugada, Manele descolgó al otro lado el auricular.
–Marcy, tengo mucho sueño, estoy agotado –dijo, mientras ella registraba cualquier sonido sospechoso.
No oyó nada más que la voz pegajosa de su marido.
–Perdona, cariño, sólo llamo para desearte buenas noches.
Había oído lo que quería oír, y colgó.
Una vez más su pánico infundado le había jugado una mala pasada.
Sus miedos se transformaron en una dulce placidez, que la llevó al sueño apenas se acostó en la cama.

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